Y de pronto lo inesperado
me enrojece todas las partes del cuerpo
propicias para recoger sus besos,
besos de lo inesperado,
que tiene la boca siempre un tanto fría,
fría de calor imaginado,
y están rojos mi vientre, mi cuello,
encarnados están mis muslos y hombros,
la sangre abultando mis curvas blandas de ondulada carne;
se reinterpreta la carne como un cajón nacarado
que esconde deseos rojizos dignos de un loco
(de ahí lo inesperado de su cumplimiento).
domingo, 10 de mayo de 2009
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