Qué más puedo pedirte,
si en un andén de metro te has chocado con mi pecho
en medio de un tumulto humano,
y tu pecho era mil veces más humano
que el tumulto:
caliente, vibrante, blando, firme;
y ha sido un instante,
que es menos que un segundo
pero siempre más que nada,
y tu, fugaz, me has hecho fugazmente consciente
de lo inhumano del tumulto
en contraste con tu pecho.
Y era posible
que no te hubieras tropezado con mi cuerpo,
sin embargo, era imposible
que yo no me diera de bruces contra el tuyo,
quizá porque mi cabeza estaba agachada
y mi vista perpendicularmente clavada en el suelo,
buscando, precisamente, no verte a tiempo
para no esquivarte,
buscando, desesperadamente, poder sentir
el contraste de tu cuerpo,
determinado y vivo,
con el cuerpo indeterminado que forman
una masa de madrileños
pegándose por entrar primero en un vagón de metal muerto.
No, es cierto, no puedo pedirte más.
Ni tampoco menos.
jueves, 7 de mayo de 2009
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Aviso para Carmen: si vas a hacer la broma de los Chichos (ni má ni meno, ni má ni meno), desiste de tu intento, o muere lentamente, pedazo de mamona.
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